Columna de opinión del Dr. Luis Burgos Sanhueza.
Existe un riesgo muy grande cuando dentro de una organización de futbol amateur cualquiera de sus participantes recibe una compensación económica. Al permitir el pago de dinero -si bien es cierto el nivel de la competencia puede verse favorecida- a cambio se sacrifica lo más importante que posee el fútbol amateur: su espíritu.
Ésa es la esencia del fútbol amateur, y el material principal del cual están construidos cada uno de los clubes que ocupan las calles de nuestros barrios. Hacer vista gorda e ignorar el impacto negativo del pago de dinero nos hace cómplices de la destrucción de una tradición que ha enriquecido a nuestros antepasados y ha servido para repartir alegría en los rincones más alejados de nuestro país.
La gloria y el reconocimiento, a diferencia del fútbol profesional, está al alcance de todos aquellos que juegan de forma amateur y no debería nunca estar reservada solo para aquellos que pueden comprarla.
Es importante recordar lo siguiente: la competencia siempre es más noble y el espíritu deportivo más puro cuando nos desarrollamos motivados por el afecto. De lo contrario, estamos haciendo las cosas a medias. Y como todo en la vida, las cosas a medias nunca resultan bien.
Las historias que llenan la memoria y enriquecen el alma de aquellos que hemos participado del futbol amateur son parecidas; épicas batallas de esforzados jugadores comprometidos profundamente con sus equipos, dispuestos a entregar su máximo esfuerzo en cada jugada, motivados por el afecto a todo lo que sus clubes representan, y a quienes identifican― familiares, amigos, vecinos y comunidades enteras.
La ilusión del niño que por primera vez se pone un uniforme y se calza sus zapatos de fútbol para correr detrás de una pelota en la cancha de su barrio es lo que estamos poniendo en peligro al olvidarnos que lo que hace grande y apasionante al fútbol amateur es el hecho que, a pesar de
las limitaciones económicas y deportivas de todos quienes participan, nada importa más que el juego y la libertad que entrega el hacerlo motivado únicamente por el afecto hacia un símbolo (club).
Por lo tanto, ¿por qué insisten la mayoría de los clubes amateur en adoptar actitudes y políticas propias de clubes de fútbol profesional que terminan por alejar y desmotivar a los hinchas y las futuras generaciones de jugadores? Más aún, ¿a quién beneficia este tipo de prácticas en donde se elimina el espíritu del fútbol amateur?
La respuesta a la primera pregunta no parece tener lógica. Para la segunda, la respuesta es mucho más simple: a nadie.
LA SOLUCIÓN ESTÁ EN NUESTROS DIRIGENTES
Los dirigentes del fútbol amateur son representantes fieles de lo que significa el espíritu amateur y el amor por la tarea: a pesar de no recibir compensación económica, son ellos, a través de su labor, quienes se encargan de mantener a los clubes con vida y generalmente, los que reciben las más duras críticas cuando las cosas no resultan.
Es precisamente en esos momentos de adversidad cuando la tentación de traer refuerzos pagados y/o pagarle a sus propios jugadores como una forma de incentivarlos (con dinero de su propio bolsillo y sin posibilidad de retorno a la inversión), se transforma en un recurso que terminan utilizando y justificando.
Y toda mala práctica, cuando no es condenada y castigada, desafortunadamente tiende a propagarse.
Por esto es que son nuestros propios dirigentes quienes tienen el poder de mantener y proteger el amateurismo así como el amor por la tarea y para ello, deben aceptar la derrota como parte de la labor que ejercen y lideran, y valorar los procesos más allá de los resultados.
Este mensaje debe ser internalizado, aceptado y repetido constantemente en todas las series de los clubes pero particularmente al nivel infantil que es donde existe el riesgo más grande de perder la materia prima fundamental para el fútbol amateur, puesto que los jóvenes en la actualidad -producto de los avances de la tecnología- cuentan con demasiadas distracciones (juegan menos porque están más ocupados) y tienen pocas posibilidades de ser reconocidos por su esfuerzo y no por sus resultados.
El fútbol amateur cumple un rol esencial en nuestros barrios y comunidades y no puede ni debe adoptar actitudes propias del profesionalismo porque terminan por dañar su esencia, la misma que ha movilizado a aquellos que estuvieron antes que nosotros y que es la obligación de todos aquellos que amamos el fútbol -y especialmente de los esforzados dirigentes actuales- de proteger, cuidar y respetar.